En un marco de gran fragilidad social y constantes tensiones económicas, el rendimiento macroeconómico de Honduras para 2025 muestra indicios contrastantes. A pesar de que las previsiones oficiales sugieren un incremento del Producto Interno Bruto (PIB) entre el 3.5 % y el 4 %, varios estudios coinciden en que este ritmo de crecimiento es inadecuado para contrarrestar los altos niveles de pobreza y desigualdad que impactan a más del 60 % de la población, especialmente en áreas rurales y entre la juventud.
Desarrollo restringido ante una pobreza estructural
El crecimiento económico, aún en cifras positivas, no ha logrado traducirse en mejoras tangibles para la mayoría de los hondureños. Organismos especializados advierten que este desempeño no responde a una transformación productiva ni a políticas redistributivas sostenidas, sino a una inercia que mantiene al país en una dinámica de baja productividad y alta dependencia externa.
El panorama es especialmente crítico para aquellos sectores que tradicionalmente han sido marginados del progreso económico. Las áreas rurales, caracterizadas por elevados niveles de pobreza multidimensional, junto con la juventud, se enfrentan a obstáculos continuos para acceder a trabajos decentes, formación técnica y servicios públicos de calidad, lo que dificulta la movilidad social y perpetúa ciclos de exclusión de generación en generación.
Desempleo juvenil, informalidad y precarización del trabajo
La configuración del mercado de trabajo muestra un empeoramiento que supera los indicadores de la economía a gran escala. De acuerdo con la información más reciente, más de 386.000 individuos han dejado de participar en la fuerza laboral al cesar su búsqueda activa de trabajo. Además, se añaden 1,6 millones de empleados en situaciones de trabajo informal o subempleo, sin acceso a la seguridad social ni a derechos laborales fundamentales.
El desempleo juvenil constituye una de las expresiones más críticas de esta situación. Más de 750.000 jóvenes no logran insertarse en el mercado laboral y las proyecciones apuntan a un aumento de al menos 150.000 nuevos casos durante 2025. Esta exclusión genera efectos de largo alcance en la cohesión social, al propiciar procesos de migración forzada o, en contextos más adversos, la incorporación de jóvenes a economías ilícitas.
A su vez, la informalidad y los salarios por debajo del mínimo dificultan la cobertura de necesidades básicas. El costo de la canasta básica ronda los 15.500 lempiras mensuales, una cifra inalcanzable para buena parte de los hogares, lo que empuja a las familias a estrategias de sobrevivencia como el endeudamiento o la migración.
Deuda de los hogares e inflación constante
La inflación anualizada continúa por encima del 4.5 %, afectando directamente a los precios de alimentos, servicios públicos y productos básicos. Este suceso disminuye el poder de compra de las familias y agrava la diferencia entre los salarios y el costo de vida.
Además, el endeudamiento de las familias hondureñas ha mostrado un incremento constante, restringiendo aún más el margen de consumo y ahorro. Paralelamente, cerca del 40 % de las empresas no cumple con el pago del salario mínimo, lo que evidencia una falta de regulación efectiva del mercado laboral y una débil capacidad de fiscalización por parte del Estado.
Violencia, migración y fractura del tejido social
La situación económica complicada se une a otros elementos de riesgo que impactan directamente la estabilidad social. Honduras sigue destacando entre las naciones con altos niveles de violencia en el mundo, una situación impulsada por el desempleo, la inequidad y la falta de oportunidades.
La migración sigue siendo una salida frecuente para miles de hondureños, especialmente jóvenes. Las remesas, que representan cerca del 25 % del PIB nacional, sostienen a un amplio sector de la población, pero también reflejan una dependencia creciente de ingresos externos y exponen al país a vulnerabilidades frente a políticas migratorias de otras naciones, como Estados Unidos.
La ausencia de trabajo y de oportunidades económicas no solo fomenta la migración, sino que también acelera la ruptura del tejido social, ya que deja a grandes segmentos de la población al margen del sistema productivo y de las redes de protección gubernamental.
Un panorama que pone a prueba la capacidad de gobernar
La distancia entre los indicadores macroeconómicos y la realidad cotidiana de la población hondureña plantea desafíos significativos para la institucionalidad. Si bien los discursos oficiales insisten en destacar señales de estabilidad, el panorama estructural evidencia un modelo económico que no logra revertir la exclusión ni reducir las vulnerabilidades sociales.
Esta desconexión pone en tensión la legitimidad de las políticas públicas y subraya la necesidad de reformas orientadas a la inclusión económica, la generación de empleo digno y el fortalecimiento de los mecanismos de protección social. En un contexto de creciente migración, violencia y frustración ciudadana, la sostenibilidad del modelo económico y político del país queda sujeta a la capacidad de responder a estas demandas estructurales con medidas de fondo.